Hace, como diez años, o más que no tengo un jamón en casa. El caso, es que llevo como dos meses obsesionado. Me lo compro, no me lo compro, que es mucho gasto, que un jamón para mi solo es mucho. Días y noches pensando en el jamón. Imaginándome cortando unas virutas al llegar a casa mientras preparo la cena.
El jamón entra en nuestras vidas en obleas transparentes, en lonchas finísimas y olorosas que esparcen sus aromas por los pisos de ochenta metros. El jamón es una ilusión, un chanel numero cinco, un deseo, una perversión, una persona sugerente. La bestia, el gorrino, queda lejos en las dehesas que nunca veremos, que nos son ajenas. Es como la trufa y el caviar, como la hebra del azafrán; hay que hablar de briznas, de pizcas, de presencias sutiles y lejanas.
Cuando tienes el jamón en casa, no hay que ponerse nerviosos, hay que sosegarse, no buscar entre el envoltorio el libro de instrucciones, ni la tabla, ni el cuchillo jamonero. No, eso lo tienes que comprar aparte. Situó el jamón con la pezuña para arriba, rezo un padrenuestro y empiezo a cortar en finas lonchas. Si usted no tiene costumbre, le saldrán fatal, pero no se preocupe, el jamón estará bueno, con usted, sin usted y a pesar de usted. Con el manjar de cuerpo presente es donde se distingue al experto del neófito. El que no entiende dice: ¡que bueno!; el que sabe olisquea, frunce el ceño y habla bien, muy bien, con entusiasmo del jamón, pero no del que esta comiendo, sino de otro que se comió. Eso ocurre porque los técnicos son gentes sentimentales y alabar la mercancía que tienen entre manos les parece una ordinariez. El experto, que no deja de engullir y engullir, pondrá de pronto cara de asco y exclamara ¡es de recebo! Y lo mirara a usted con odio, como si en lugar de ser el dueño del jamón fuese usted el responsable de toda la cabaña extremeña. ¿Es grave? Preguntara usted con un hilillo de voz y el experto que no deja de catar de forma concienzuda para emitir un buen informe le dirá que aquel jamón esta todavía madurando, lo cual es un error gravísimo, o que ha curado demasiado, lo que constituye una desgracia irreversible; o sea que le reñirá a usted, al responsable. El jamón tiene un punto óptimo para el consumo al que nadie ha llegado jamás. Es como jugar al siete y medio, o te quedas corto o te pasas. Y es que los jamones de calidad se parecen a la vida y lo lógico es estar ante el jamón equivocado en el momento menos inoportuno.
Si usted tiene la desgracia de que le regalen un jamón disimule, llévelo con resignación cristiana sin que nadie lo note ni se entere y disfrútelo usted solo en su casa. ¿Sabe usted la cantidad de desdichas que le pueden ocurrir a un hombre normal si comparte un jamón?
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