Tu vino preferido: uvas, madera… y circuitos integrados
El sector vitivinícola vive inmerso en un proceso de innovación que ha revolucionado el negocio de muchas bodegas tradicionales.
Drones, sensores, tabletas o apps se han apoderado de los viñedos y las uvas. La industria vitivinícola se ha inmerso en un proceso de transformación digital que ha juntado a circuitos integrados, unos y ceros, uvas y añeja madera en la botella de vino que consume en su mesa. Bodegas más que centenarias han apostado en los últimos años por la tecnología como su gran aliada. El objetivo es que sigamos disfrutando del vino, aunque con un control de calidad en la producción mucho más exhaustivo de lo que hemos conocido hasta ahora.
Si una carta de vinos parece indescifrable para muchas personas, bien por su extensión o porque la enología no es uno de sus fuertes, ni que decir tiene la cantidad ingente de datos que manejan en las bodegas para llevarlos a la mesa. Tamaño de la uva, savia que recorre el viñedo, temperatura, climatología, hidratación de la vid, orografía del terreno… Un proceso que antes se anotaba en cuadernos y que ahora lo puede consultar cualquier implicado en la producción desde su teléfono. «Lo controlamos más todo y definimos el vino que queremos. Antes, lo normal era que el vino se picara, pero ahora, con los medios que tenemos, es imposible», afirma Álvaro Arranz, responsable de sistemas de Pago de Carraovejas.
Esta bodega, fundada en 1988, está en la punta de lanza de la digitalización —o industria 4.0, que es como lo llaman—. El objetivo principal, tal y como explica Arranz, es «analizar más información en menos tiempo para aumentar la calidad». Mediante sensores en las viñas o con un vuelo de drones por la finca, captan todos los datos de las 160 hectáreas que ocupan las plantaciones. Esto les permite saber la madurez de la uva, si hay alguna cepa infectada y tratarla o cuándo vendimiar. «Los proyectos con los que trabajamos ahora intentan integrar todos estos números. Queremos ir más allá y unificar del todo el big data que nos dan estas fuentes, ya que algunas están un poco diseminadas», concluye.
En España, según datos del Ministerio de Agricultura, hay casi un millón de hectáreas dedicadas al vino. Casi mil pertenecen solo a una bodega con más de 120 años a sus espaldas, la de Emilio Moro. Vicente Abete, su responsable de campo, enarbola la bandera de la transformación digital en su empresa —la semana que viene viajan a Londres a un congreso de su sector como ejemplo de innovación—. Una de sus herramientas fundamentales de trabajo es una app, Visualnacert, que funciona tanto online como offline. Como si de Google Maps se tratara, les indica el camino más rápido a las parcelas, además de apuntar todos los datos de los viñedos y procesarlos al instante. «Antes, la producción se controlaba con mapas en papel y haciéndote las rutas a mano. Ahora, todo es en tiempo real y cualquiera tiene la información en su teléfono o tableta», describe Abete.
Captura de pantalla de la aplicación Cultiva Decisiones.
Como ocurre siempre con la tecnología, no basta con tener la información, sino que hay que ponerla al servicio, en este caso, de enólogos u otros trabajadores de las bodegas. Abete cuenta que en Emilio Moro han apostado por un semáforo. Es decir, que en la pantalla aparezcan los datos en verde, amarillo y rojo para determinar si todo va según lo tenían planeado o tienen que actuar y, así, solventar el problema.
La capacidad de innovación que están mostrando las bodegas es imprescindible para un sector que emplea a cerca de 300.000 personas, según la Encuesta Industrial de Empresas. Y para no frenar la creación de puestos de trabajo, la Compañía Vinícola del norte de España (CVNE) también ha abrazado la tecnología. María Larrea, directora técnica de CVNE, expone cómo a través de infrarrojos controlan sus vinos. «Antes había un margen de error, pero ahora son certezas. Con estos rayos sabes al instante cómo va la producción», zanja. También están inmersos en un proyecto para saber qué levaduras nacen naturalmente en la fermentación de sus vinos y usar menos tratamientos químicos en las 400 hectáreas que tienen plantadas.
Toda esta transformación, que ayuda a que España sea el primer exportador de vino del mundo, según la Federación Española del Vino, sería impensable sin la ayuda de empresas que ofrecen soluciones a tanto dato. Una de ellas es Seresco, que creó una aplicación en 2016, Cultiva Decisiones, basada en la agricultura de precisión. «Nosotros recopilamos datos de satélites y meteorología para la zona del viñedo. Les damos la información masticada. Nosotros proveemos datos y el productor decide qué hacer con ellos», detalla Cristina Monteserín, responsable de la app.
Como solo de vino no vive el ser humano, las bodegas tampoco. El enoturismo también se ha colado como un eje central del negocio de muchas empresas… y la tecnología estaba ahí esperando para echar un cable. En Pago de Carraovejas, por ejemplo, han instalado unas gafas de realidad virtual para visitar su finca. «En 10 minutos, se pueden recorrer todas las hectáreas, la sala de barricas y la de embotellado. De hecho, queremos meter cámaras en barrica para que el visitante pueda observar cómo cae la uva», precisa Arranz.
Y no solo hay gafas virtuales: también tenemos catas. En Emilio Moro lo hicieron con periodistas extranjeros. «Se les mandó una caja con los vinos y los cataban online con nuestro director gracias a una webcam. Y para que cualquiera lo viera, lo retransmitimos en directo a través de Instagram», dice Rebeca Bezos, responsable de comunicación de esta empresa.
Los propios responsables de la transformación digital del sector vitivinícola desconocen hasta dónde llegarán con esta tecnología. Algunos andan inmersos en conocer cómo les va a afectar el cambio climático. Otros en controlar mejor las plagas que dañan los viñedos. Y como decíamos, no te asustes si en vez de una botella de vino ves números, drones y sensores. Es la nueva forma de producir y no una rebelión encubierta.
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