El punto ‘G’ y otras comidas

Vivimos obsesionados con un insaciable apetito de sensaciones cada vez más fuertes, porque en la prisa por devorarnos todo, hemos desconectado el cuerpo del alma. Ya no bastan una caricia sutil, el placer de la piel contra la piel o compartir un trozo de pan, exigimos una exaltación cósmica que nada, ni las drogas, ni la violencia del cine, ni la pornografía más brutal puede darnos.

Desde esta reflexión pondremos el acento en unas recetas afrodisíacas sencillas y simpáticas para que este fin de semana sea un paso, cercano, calmado y nos aporte un trozo de felicidad asequible y sensual.

La palabra afrodisíaco viene de afrodita, la diosa griega del amor, nacida del mar, después que cronos castró a su padre y lanzó los genitales al agua, una forma algo rebuscada de fertilización, pero en ese caso funcionó bien y la hermosa afrodita fue procreada en la espuma de las olas.

Una de las recetas más poderosas son el ayuno y la abstinencia, que también son afrodisíacos, aunque resulta penoso llegar a esos extremos, la descartaremos, ni a vosotros os conviene ni a mi negocio tampoco.

El único afrodisíaco verdaderamente infalible es el amor. Nada logra detener la pasión encendida de dos personas enamoradas. Pero el amor como la suerte, llega cuando no lo llaman, nos instala en la confusión y se esfuma como la niebla cuando intentamos retenerlo. Compleja receta que daría para muchos folios.
Un celebre diseñador de moda, siempre recomendaba, mientras ajustaba sus insignificantes trapos semitransparentes de tres mil euros sobre los huesos de una modelo bulímica, que el mejor atavio de una mujer es una sonrisa radiante. A veces es todo lo que se necesita, esta sería una buena receta para ambos.

No recomendaría como receta afrodisíaca cambiar de pareja, es un problema: hay que inventar nuevas estrategias para encontrarse a horas inusitadas, comprar ropa interior sexy para disimular la celulitis, hacerse cargo de las fantasías eróticas del otro y todas esas tonterías.

Una receta muy interesante sería la de los susurros, a ninguna mujer le interesa verdaderamente lo que hablamos los hombres, sólo lo que susurramos. El punto G está en las orejas, quien ande buscándolo más abajo pierde el tiempo, por lo tanto el mejor afrodisíaco son las palabras.

Una receta a descartar sería la pornografía. Pornografía es método sin imaginación; erotismo es inspiración sin método. Erótico es cuando se usa una pluma; pornográfico cuando se usa una gallina. Siempre me vienen los símiles culinarios.
Así como el aroma del cuerpo es excitante, del mismo modo lo es el de la comida fresca y bien preparada. Los perfumes de la buena cocina no solo nos hacen salivar, también nos hacen palpitar de un deseo que si no es erótico se parece mucho. Cierre los ojos y trate de recordar la fragancia exacta de una sartén con aceite de oliva virgen, “uno de los pocos casos en que la virginidad sirve para algo” donde se fríen cebollas delicadas, nobles dientes de ajo, estoicos pimientos y tomates tiernos. Ahora imagine como cambia ese olor cuando deja caer en la sartén tres hebras de azafrán y enseguida un pescado fresco y finalmente un chorro de vino y el jugo de un limón… El resultado es tan estimulante como el más sensual de los efluvios y mil veces más que cualquier perfume de frasco. Ésta sí sería una buena y sencilla receta erótica cocinada a medias.

Mi propuesta para este fin de semana son las ostras que se consideran de alto valor afrodisíaco y el cava, en cantidad moderada produce ilusión de felicidad y levanta el ánimo para el festejo, un alivio temporal para escapar de la ansiedad de la existencia.

Disfrutar. Paco Aviñó.

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