Canyes i fang
Vicente Blasco Ibáñez
Llega el gran día en el que todos los cazadores famosos acuden a la Albufera abans de l’alba, estamos en al capitulo IX, después de la agonía vivida durante la lectura del capitulo anterior. En este capitulo Vicente Blasco Ibáñez nos da un respiro recreándonos unas escenas para troncharnos de risa.
Lectura muy recomendable, si lo has leído, desempólvalo cada cinco años y recréate en el, no ha pasado tanto tiempo y forma parte de nuestra cultura, en el tropezaras con una inenarrable experiencia sobre la condición humana, y te sumergirás en el maravilloso mundo que rodea toda la Albufera de Valencia.
Te leo, solo un trocito…
Sangonera liberado de todos los trabajos de preparación le deseo suerte a Don Joaquín que ya estaba en su puesto, agazapado entre las cañas, dispuesto a disfrutar de un grandioso día de caza. Sangonera se alejo en el barquet buscando una distancia prudente para no asustar a la caza. Para Don Joaquín era su primer día de caza, quería vivir la experiencia de cazar en La Albufera. La barca estaba llena de provisiones, l’ama, su mujer preparo comida como para dar la vuelta al mundo. Acordaron que, només tombara un pardal lo llamaría y, para que no se aburriera Sangonera podía ir dándole alguna sucada a los guisados. El morro de sangonera tiemblo al ver en la proa del barco el tesoro que por prudencia miro de reojo durante la noche mientras transportaba a l’amo a su puesto de caza; tres enormes perols molt ben tapats, abundantes panes, una cesta de fruta y una gran bota de vino. No lo había engañado Tonet al hablarle de lo bien que lo trataría, gràcies, Don Juaquin! Ja que era tan bo i el convidava a sucar, se permitía dar alguna ligera mojadita para entretenerse, una nada más.
Ya a cierta distancia del puesto, se situó al alcance de la voz del cazador y se encogió en el fondo de la barca.
Había salido el sol y las escopetas sonaban en toda la Albufera, engrandecidas por el eco del lago, las aves levantaban el vuelo asustadas por el estruendo de las descargas, bastaba que descendieran un poco buscando el agua, para que inmediatamente les cayera una mortífera nube de plomo.
Al quedarse solo Don Joaquín sintió miedo, aislado al medio de la Albufera, encima de cuatro maderas, sostenidas por cuatro palos hundidos en el fango, tenia las manos frías por el fresco de la madrugada y el contacto gélido de la escopeta, le picaban los pies dentro de aquellas enormes botas. Esto es divertirse?… comenzaba a encontrarle pocos alicientes a aquel placer tan costoso. I els pardals?, donde estaban aquellas aves que sus amigos cazaban a docenas.
Después de un largo rato, por fin pasaron tres enormes pájaros rozando el agua, al novel cazador le parecieron monstruosos, agigantados por la emoción que sentía. El primer tiro sirvió para que avivaran el vuelo, el segundo hirió de muerte a una fotja que quedo inmóvil en el agua después de dar varias vueltas por el aire. Don Joaquín se levanto con ímpetu, considerándose superior a todos los hombres, el mismo se admiraba, al adivinar en el una gran ferocidad de héroe que no había sospechado nunca. – Sangonera!… Barquer!… llamo temblándole la voz de la emoción!… Ya tenia una.
Al fondo contesto una voz indescifrable: una boca llena, embozada, por la que a duras penas podían salir las palabras… Estaba bien! Ya iría a recogerlas cuando cazara más.
El cazador satisfecho por su proeza, se escondió detrás de la cortina de cañas, el era suficiente para terminar con todas las aves de la Albufera. Toda la mañana se la paso disparando y sintiendo cada vez mas la intensidad embriagadora de la pólvora, el placer de la destrucción, tiraba y tiraba sin fijarse en las distancias, aunque estuvieran cerca de las nubes. Recristo! Si que era divertido esto!
Mientras tanto Sangonera estaba invisible en el fondo de la barca. Que día, redéu ni el obispo de Valencia estaría mejor en su palacio que yo en el barquito, sentado sobre la paja, con una barra de pan en la mano y apretando entre las piernas un perol, como se cuidaban los señoritos de Valencia, a cuerpo de rey.
Había empezado por pasar revista als tres perols, cual será el primero?… se aventuro con uno, se le hizo la boca agua con el perfume del bacalao con tomate, allò era guisar, el bacalao estaba esgarraet, entre la pasta roja del tomate, tan suave y tan apetitoso, que el tragar Sangonera el primer bocado, creía que le bajaba por la garganta un néctar tan dulce que el mejor de sus recuerdos. Con eso se quedaba, no hacia falta pasar adelante. Quiso respetar el misterio dels altres dos perols, presagiaba grandes sorpresas. Se puso entre las piernas aquel aromático guiso y comenzó a tragar poco a poco, como quien tiene todo el día por delante y sabe que no le puede faltar ocupación. Mojaba lentamente; tan hábil que al introducir en el perol la mano armada con un trozo de pan, bajaba considerablemente el nivel, el enorme trozo le inflaba las mejillas, trabajando la dentadura como si fueran las ruedas de un molino y mientras tanto, los ojos fijos en la olla exploraban las profundidades, calculando los viajes que tendría que hacer la mano para trasladar el contenido a la boca.
Recristo! El hombre honrado y trabajador no debe olvidar su trabajo… – Don Joaquín! Pato por la parte del Palmar… Don Joaquín! Por la parte de el Saler… después de avisar al cazador se sentía cansado de tanto trabajo y le daba un buen trago a la bota de vino, volviendo rápidamente en mudo silencio con el perol, cuando ya estaba casi vació, quedando una pizca en las paredes de barro le entraron remordimientos y lo tapo bien para que le quedara algo a l’lamo. La curiosidad le impulso a abrir el segundo.
Redéu! Que sorpresa, lomo, longanizas, embutido del mejor; todo frió, pero con un perfume magro que lo conmovió, cuanto tiempo sin que su estomago hubiera probado las cosas de tierra adentro, acostumbrado a comer siempre anguilas. Y otra vez acomodándose en el fondo de la barca con las piernas cruzadas y el perol entre ellas, se tragaba los bocados cerrando los ojos de gusto mientras descendía la comida lentamente hasta el estomago. Quin dia, senyor, quin gran dia! Le parecía que masticaba por primera vez en toda la mañana, ahora miraba menospreciando el primer perol, aquello fue un aperitivo. Esto si que es bueno: botifarres, llonganisses, llomello, todo se deshacía en la boca dejando tan buen gusto que la boca buscaba otro trozo y otro después, sin tener nunca suficiente. Viendo la facilidad con que se vaciaba el segon perol Sangonera se acordó del cazador mirando a todas partes y dando gritos;
-Per la part del Saler!… Per la part del Palmar!…
Para que no se atascara la comida en la garganta no dejaba en paz la bota de vino, y el vino parecía excitar su apetito abriendo nuevos agujeros en su hondo estomago. Le brillaban los ojos de felicidad, la cara roja, los eructos le tambaleaban la cabeza. Eh, que tal, como va eso, le preguntaba a su barriga dándole palmaditas. Su embriaguez era mas dulce que nunca, sonreía borracho sin dejar de comer. La Albufera la veía de color rosa y el cielo de un azul luminoso, lo único que veía negro era el fondo del perol que tenia entre las piernas, se lo había comido todo. Al sentir añoranza por la falta, se empino la bota de vino largamente. Se reía a carcajadas pensando que le dirían en el Palmar al conocer su fechoría, pero, con el deseo de completarla probando la tercera cazuela.
Redill! Dos pichones con la piel crujiente y un aceite! Dos criaturas del señor con los muslos unidos al cuerpo por hilo y la pechuga prometiéndose blanca como la de una señorita. Si no le echaba mano a aquello no era hombre! Aunque Don Joaquín le diera una escopetada. Cuanto tiempo sin probar esas golosinas. No había comido carne desde la época que le servia de perro a Tonet cazando por la Devesa. Empezó, la carne le crujía entre los dientes mientras le caía aceite por la comisura de sus labios, comía como un autómata con la voluntad tenaz de tragar y tragar, mirando ansiosamente lo que le quedaba dentro de la cazuela. De cuando en cuando le entraban deseos infantiles y cogiendo manzanas de la canasta de la fruta las lanzaba a los patos aunque volaran lejos con la intención de tocarlos. Sentía por don Joaquín una gran ternura por la felicidad que le había proporcionado, deseando tenerlo cerca para darle un gran abrazo, le hablaba tuteándolo con tranquila insolencia, gritando con un interminable bramido.
-Ximo! Ximo!… Tira…, que t’entren!
A veces se giraba el cazador mirando para todas partes y no veía ninguna ave. Que quería aquel loco? Lo que tenía que hacer era ir a recoger los pájaros muertos que rodeaban todo el puesto, pero Sangonera volvía a meterse dentro de la barca sin obedecerle. En su deseo de probarlo todo abría las botellas, el ron, el anís, mientras la Albufera se oscurecía para el y se quedaba sin fuerzas para moverse.
A mediodía Don Joaquín con hambre y con ganas de salir de aquella estrechez que le obligaba a estar inmóvil, llamo al barquero.
-Sangonera!… –Sangonera!…
Sangonera asomaba la cabeza por encima de la borda y lo miraba fijamente repitiéndole que ya iba; pero continuaba inmóvil como si no lo llamaran a el. Cuando el cazador rojo como un tomate de tanto llamarlo, lo amenazaba con la escopeta, hizo un esfuerzo y poco a poco se aproximo a el, al llegar Don Joaquín salto a la barca y pudo estirar las piernas después de tantas horas de espera. Sangonera, por que se lo había mandado, empezó a coger las aves muertas; pero lo hacia a tientas, como si no los viera, tirando el cuerpo con tanta fuerza fuera de la barca que si no fuera por Don Joaquín que lo sujetaba por las piernas, estaria dentro del agua.
– Maleït-exclamaba el caçador- És que estàs borratxo?
Pronto encontró la explicación al examinar la barca; els perols buits, la bota arrugada y mustia, las botellas abiertas, de pan solo quedaban algunas migajas y la canasta de la fruta podría volcarla sobre el sin que cayera nada ante la mirada entupida de Sangonera.
A don Joaquín le vinieron ganas de darle una paliza con la culata de la escopeta, pero pasado ese impulso, se quedo contemplándolo, aquella destroza la había hecho el solo, valla una forma de mojar pan, como podía caber todo aquello en un estomago humano?
Pero Sangonera, escuchando al enfurecido cazador llamarle pillo i poca-vergonya, solo sabía contestar lloriqueando:
– Ay, don Joaquin!… Estic mal!… molt mal!
Como pudo, el cazador lo llevo al pueblo, nada mas verlo sus vecinos reconocieron su mal.
Era una farta de mort, perdul, borratxo…pobre Sangonera…Senyor, quina llàstima d’home! Son pare mort d’una borratxera, i ell estirant la pota d’una fartada. Quina familia! Pobret! Pobret!…murmuraven totes.
Va morir al tercer dia de malaltia, en ventre unflat, la cara crispada, les mans contretes pel sofriment i la boca dilatada d’orella a orella per les últimes convulsions.
Canyes i fang.
Don Vicente! Un genio. Saludos. Paco Aviñó
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