Comerciantes y vecinos se manifiestan ante la inminente apertura de un McDonald’s en la histórica Rue parisiense de Montorgueil.
Cualquiera que haya paseado por la Rue Montorgueil de París habrá podido constatar que no es una calle cualquiera. No solo abunda una exquisita arquitectura medieval y alguna joya modernista, sino también comercios centenarios y terrazas chic donde el café clope de las cinco se enlaza con la happy hour de las siete. Aquí, por el lado de la iglesia de Saint Eustache, está L’Escargot Montorgueil, uno de los restaurantes de caracoles más deliciosos del mundo, abierto desde 1832. Superado el café Étienne Marcel también se sitúa la Maison Stohrer, que lleva haciendo pasteles y baba au rhum desde 1730, la fromagerie La Fermette o el Palacio de la Fruta.
Pues bien, después de siete años de intento y dos juicios perdidos contra la alcaldía, McDonald’s ha conseguido por fin emprender la apertura de uno de sus restaurantes de comida rápida en la esquina con la Rue Reamour. Los comerciantes de Montorgueil llevan varios domingos manifestándose. Sienten que el orgullo de su nombre (la traducción literal es monte orgullo) está herido por la voraz glotonería de la globalización. En breve veremos anuncios de promociones de big macs y, una vez más, no pasará nada. Poco importará que esta calle fuera inmortalizada en 1878 por Claude Monet en su memorable La rue Montorgueil, expuesto en el Museo de Orsay; ni que tenga un significado especial para el colectivo LGTB porque aquí fueron detenidos Bruno Lenoir y Jean Diot, últimos condenados por cometer el delito de la homosexualidad, y posteriormente quemados en la Place de Grève en 1750; ni siquiera que durante siglos haya sido un espacio urbano dedicado a preservar las buenas enseñanzas de la mesa. La historia no cuenta.
El colectivo anti malbouffe (antimala comida) se ha puesto las pilas y se prevén más concentraciones. Me encuentro a Tanguy, uno de sus miembros, colgando un póster reivindicativo: “Es un riesgo real para la salud de los niños y los adolescentes del barrio, está casi enfrente de una escuela y de otros seis establecimientos escolares. Además, es una amenaza para la diversidad comercial de la calle”. El proyecto es gigante: más de 500 metros cuadrados, tres pisos, 160 plazas, ¡abierto los siete días de la semana hasta la medianoche! “Símbolo de la comida basura en el corazón de un barrio histórico”, “un insulto a la belleza de nuestro barrio”, son algunas de las frases que se leen en los carteles.
Quedo aquí con Diego, vecino de la zona, para comer. Mientras debatimos entre griego o sushi descubro un panel y leo: “Insigne lugar para la gastronomía y el comercio de la alimentación desde el siglo XIII, esta calle marcaba el ritmo de la marea de los puertos del norte. En el número 59 se levantó el restaurante Au Rocher de Cancale, inmortalizado en La comedia humana, célebre por su marisco y por acoger a Balzac, Dumas, etcétera”. Nos sentamos ante una bandeja de sushi y le escucho: “Los Gobiernos privilegian a las grandes corporaciones, que saben que insistiendo consiguen sus propósitos. Si se permite esto en esta calle, apaga y vámonos”. Y eso es lo que hacemos: pagamos y au revoir.
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