Una vida sin sorpresas, no es vida!

En una montaña rusa el vagón asciende lentamente hasta la cima y luego, de repente, nos precipita al espacio, nos azota contra los lados, nos pone del revés, en toda dirección posible. Los pasajeros se ríen y gritan. Lo que les emociona es dejarse llevar, ceder el control al otro, que los lanza en direcciones inesperadas. ¿Qué nueva emoción les espera al torcer la siguiente esquina?

Un niño hará deliberadamente lo contrario de lo que le pidamos. Pero hay un escenario en el que los niños renuncian de buena gana a su terquedad habitual: cuando se les promete una sorpresa. En esos momentos en los que los niños esperan la sorpresa queda suspendido el poder de la voluntad. Esta costumbre infantil permanece enterrada profundamente en nosotros y es la fuente de un placer humano elemental: ser conducidos por una persona que sabe donde vamos y que nos lleva de viaje.

En 1753 Jacques Casanova conoció a una joven de quince años llamada Caterina de quien se enamoro. Su padre sabía que clase de hombre era Casanova y la envió a un convento de la isla Veneciana de Murano, donde iba a permanecer durante cuatro años a salvo del depredador.
Sin embargo Casanova no era fácil de intimidar. Se las arreglo para enviar sus cartas a la joven y acudió a las misas del convento consiguiendo verla fugazmente. Las monjas comenzaron a preguntarse por aquel joven tan apuesto. Una mañana cuando Casanova salía de misa y estaba a punto de subir en una góndola, una criada del convento le arrojó una carta a sus pies. Pensando que debía de ser de Caterina, la cogió. En efecto, estaba dirigida a el, pero no era de la joven; su autora era otra monja del convento, que se había fijado en el por sus muchas visitas y quería conocerlo. ¿Estaba interesado? Si era así, debía acudir al locutorio del convento en un momento determinado, cuando la monja recibiera a una visita del mundo exterior, una amiga suya que era condesa. Podía permanecer a distancia, observarla y decidir si era de su agrado.
Casanova se sintió de lo más intrigado por la carta: su estilo era digno, pero también había algo impropio de ella, sobre todo proviniendo de una monja. Tenia que saber más. En el día y hora acordados, se coloco en un rincón del locutorio del convento y vio a una mujer elegantemente vestida ablando con una monja sentada detrás de la reja. Cuando escucho mencionar el nombre de la monja se quedo asombrado: era Mathilde M., una veneciana muy famosa de veintipocos años cuya decisión de entrar al convento había sorprendido a toda la ciudad. Pero lo que mas le admiro fue que bajo sus hábitos de monja pudo ver que era una bella joven, con unos ojos particularmente hermosos, azul brillante. Quizás necesitara que le hicieran un favor, y pretendía servirse de el.

Su curiosidad le gano. Unos días después volvió al convento y pidió verla. Mientras aguardaba, su corazón latía apresuradamente, pues no sabía lo que le esperaba. Por fin apareció la monja y se sentó detrás de la reja. Estaban solos en la habitación y le dijo que podían disponer que cenaran juntos en una pequeña villa cercana. Casanova se mostró encantado, pero se pregunto con que clase de monja estaba tratando. ¿Y no tenéis mas amantes que yo?, le preguntó. Tengo un amigo que es mi dueño absoluto, respondió la monja. El es a quien debo mi riqueza. Luego le pregunto a Casanova si tenia amante. Si, replicó. Entonces la monja le dijo, con tono misterioso; Os advierto que si alguna vez me permitís ocupar su lugar, ningún poder de la tierra podrá arrancarme de allí. Luego le entrego la llave de la villa y le dijo que se reuniera con ella allí trascurridas dos noches. Casanova la beso a trabes de la reja y se marcho aturdido. Pase las dos noches siguientes en un estado de impaciencia febril –escribió- que me impedía dormir o comer. Por encima de su cuna, belleza e ingenio, mi nueva conquista poseía un encanto adicional: era el fruto prohibido. Estaba a punto de convertirme en el rival de la iglesia. Se la imaginaba con su hábito y la cabeza afeitada.

Llego a la villa a la hora acordada. Mathilde le estaba esperando. Para su sorpresa, vestía un elegante traje y había logrado de algún modo evitar que le afeitaran la cabeza, pues su cabello estaba peinado en un magnifico moño. Casanova comenzó a besarla. Ella se resistió, pero solo levemente, y luego la aparto de si, diciendo que la comida estaba dispuesta. Durante ella, lleno algunos huecos más: su dinero le permitía sobornar algunas personas de modo que podía escapar del convento de vez en cuando. Había mencionado a Casanova a su amigo y señor, y este había aprobado su relación. ¿Era viejo? Pregunto. No, replico la monja, con un destello en los ojos; tiene cuarenta años y es muy apuesto. Tras la comida sonó una campana: señal para que se apresurara a volver al convento si no quería que la descubrieran. Se puso su hábito de nuevo y se marcho.
Un bello panorama parecía extenderse ahora ante Casanova, de meses pasados en la villa con esa deliciosa criatura, todo ello cortesía de un misterioso señor que lo pagaba. Regreso pronto al convento para concertar la próxima cita. Se reunirían en la plaza de Venecia y luego se retiraría a la villa. En el tiempo y en el lugar señalado, Casanova vio que se le acercaba un hombre. Temiendo que fuera su misterioso amigo, o algún otro hombre mandado para matarlo, retrocedió. El hombre dio vueltas detrás de el y luego se aproximo: era Mathilde, que lucia una mascara y ropas masculinas. Se rió del miedo que le había causado. Que monja tan diabólica. Casanova tuvo que admitir que vestida de hombre le excitaba aún más.

Casanova comenzó a sospechar que no todo era lo que parecía. En primer lugar, encontró una colección de novelas y folletos libertinos en la casa de Mathilde. Luego ella hizo comentarios blasfemos, por ejemplo, sobre la dicha que hallarían juntos en la Cuaresma, “mortificando su carne”. Ahora se refería a su misterioso amigo como su amante. Se trazo en su mente un plan para arrebatársela a ese hombre y al convento, huyendo con ella para hacerla enteramente suya.

Unos días después, Casanova recibió una carta de Mathilde en la que le hacia una confesión: durante una de esas citas mas apasionadas en la villa, su amante se había escondido en un armario para observarlo todo. El amante, le dijo, era el emperador francés de Venecia, y Casanova le había impresionado. Casanova no era de los que se dejaban engañar por esos comentarios, pero al día siguiente volvió al convento, concertando sumisamente otra cita. Esta vez la monja apareció a la hora que habían dispuesto, y Casanova la abrazo, descubriendo que en realidad estrechaba en sus brazos a Caterina, vestida con las ropas de Mathilde. Se habían hecho amigas y Caterina le había contado su historia. Aparentando apiadarse de ella, Mathilde lo había dispuesto todo para que Caterina pudiera escapar del convento esa noche y reunirse con su amado. Apenas unos meses antes Casanova había estado enamorado de ella, pero ya la había olvidado. Comparada con su ingeniosa Mathilde, Caterina era simplona y aburrida. No pudo ocultar su desengaño. Ardía por ver a Mathilde. Casanova estaba furioso por el engaño de la monja. Pero unos días después, cuando la volvió a ver, le perdono todo. Como le había predicho durante su primera entrevista, su poder sobre el era completo. Se había convertido en su esclavo, adicto a sus caprichos y a los peligrosos placeres que ofrecía. Quien sabe que acto precipitado podría haber cometido en su nombre si su aventura no se hubiera visto interrumpida por las circunstancias.

Y colorin colorado…

En todas sus memorias, la historia de Mathilde es la única seducción en que se cambian por completo las tornas, él es el seducido. Ser dirigido, misterio, sorpresa, el poder del misterio. La primera carta inesperada, verla en el locutorio vestida como una mujer elegante, contemplarla ataviada de hombre intensifico la naturaleza excitante y transgresora de su relación. La sorpresa le hacia perder el equilibrio, pero le dejaba estremecido pensando en la siguiente.

La vida no solo es un lugar lleno de responsabilidades, donde mostrarnos solo voluntariosos y obstinados, debemos verter nuestra energía e imaginación y, divertirnos, como decía antes, la sorpresa es una fuente de placer humano elemental. (Me lo digo a mí)

Salu-DOS con SORPRESA. Paco Aviñó

PD. “Quien no tiene vergüenza, ¿qué bien tiene? Lope de Vega

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